El general que teme a la ingratitud
Nacido en tierra de hombres férreos: Oaxaca, a sus 58 años Homero Mendoza Ruiz es un militar que solo le teme a la ingratitud. ¿A qué le teme? A la ingratitud, eso es lo más difícil. Responde inmediatamente y echa abajo la respuesta esperada que evocaría los peores episodios de violencia en todo México. El […]
Nacido en tierra de hombres férreos: Oaxaca, a sus 58 años Homero Mendoza Ruiz es un militar que solo le teme a la ingratitud.
¿A qué le teme? A la ingratitud, eso es lo más difícil. Responde inmediatamente y echa abajo la respuesta esperada que evocaría los peores episodios de violencia en todo México.
El militar que es responsable de la Décima Zona Militar, nació en 1959, en una comunidad de Oaxaca, hijo de un maestro rural y una ama de casa. Fue el sexto hijo y formó parte de esa familia de clase media baja, que al final fue de 10, cinco mujeres y tres varones.
No te imaginas al adolescente que platica haber sido, sobre todo porque te cuenta que la rebeldía de los 17 años lo dejó en las puertas del Heroico Colegio Militar, institución creada por Agustín de Iturbide en 1822.
El ingreso del cadete Mendoza coincide con el traslado de la institución al Campo Militar #1 en la Ciudad de México, espacio que hasta la fecha aún ocupa.
En 1980 cumple el objetivo de superarse al graduarse como oficial de caballería. Su ingreso lo define como una oportunidad, una que no tendría en otra institución debido a las condiciones económicas en las que creció.
“Se me hizo fácil, no fue fácil. Es un cambio radical (…) mis padres no tenían el recurso, y como cualquier familia de clase media baja tienes que explorar, fue una decisión difícil pero acertada”, platica el general.
En ese tiempo, su única meta era sacar el día, no tenía planes a largo plazo y en el mediano solo quería continuar sus estudios.
Así como le pareció natural elegir la especialidad de caballería por su gusto por los equinos, también quería convertirse en piloto aviador, cuando le preguntas por qué, contesta: “cuando quieras hacer algo inténtalo, no preguntes si está bien, porque finalmente eres tú el que va a vivir tu vida, no los demás”.
De la especialidad en aviación desistió a meses de terminar el curso, graduarse como piloto le hubiera restado grados y sería reclasificado como oficial de Fuerza Aérea, cuando él ya era teniente desde 1982.
Dejar el Colegio del Aire no le provoca frustración porque años después pudo pilotear un avión en solitario y ahora en su experiencia de vida puede presumir que también estuvo en la Fuerza Aérea Mexicana.
De vuelta en el ejército siguió en ascenso hasta que en 2014 fue designado general de brigada y ahora para tener el máximo en las fuerzas armadas solo le resta uno, el de general de división, cargo al que aspira, pero no marca su duermevela.
Las mejores experiencias en su vida castrense son los dos años que vivió como Agregado Militar y Aéreo adjunto en la Embajada del Reino Unido e Irlanda del Norte con sede en Londres, así como el curso de Estado Mayor Conjunto, que hizo en el Colegio Interfuerzas de Defensas y que le significó un año viviendo en París, ambos, fruto de su diplomado en Estado Mayor.
Esos tres años, dos en Gran Bretaña y uno en Francia, abonaron a los suyos las ausencias que significan que la cabeza de familia sea un militar. Entre risas afirma que él sí fue a París a encargar un bebé. El menor de sus dos hijos fue concebido en la Ciudad de la Luz.
Cuando sus hijos, actualmente de 26 y 22 años, eligieron profesión, el general tomó a bien que ambos se decidieran por la vida civil, le parece que “con un militar en la familia es suficiente”.
Participa en la guerra contra el narco desde la inteligencia
El lunes 11 de diciembre de 2006, el Gabinete de Seguridad de recién estrenado Presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, se reunió con medios de comunicación en Los Pinos. El anuncio cambiaría la historia moderna de México.
Es fácil imaginar la escena. Toda la fuerza del Estado encarnada en Francisco Javier Martínez Acuña, secretario de Gobernación, Guillermo Galván Galván, secretario de la Defensa Nacional, Mariano Francisco Saynez Mendoza, secretario de Marina, Genaro García Luna, titular de la Policía Federal, Eduardo Medina Mora, procurador de Justicia y el antiguo baterista de “Timbiriche”, ahora convertido en encargado de la Dirección de Comunicación Social de Presidencia de la República, Maximiliano Cortázar Lara, prometían recuperar el terreno ganado por el narcotráfico con el Operativo Conjunto Michoacán.
Ese año, cuando se declara la “Guerra contra el Narco”, el ahora general de brigada se unía al área de inteligencia en la Secretaría de la Defensa Nacional y recuerda que la decisión del segundo Presidente panista en la historia de México fue aceptada sin reparos, tal como se espera de la disciplina castrense. El asunto no terminó del todo bien, los muertos, los desaparecidos y los plantíos destruidos siguen en una larga lista.
La milicia trabaja y a veces no es comprendida
No se sabe quién disparó primero, los ocho militares del 102 Batallón de Infantería que el 30 de junio de 2014 en la madrugada realizaban un reconocimiento sobre la carretera federal número 2, cerca del poblado Cuadrilla Nueva, en el municipio de Tlatlaya, Estado de México, juran que ellos fueron los agredidos. La balacera, que según versiones de testigos inició a las 4:20 de la madrugada dejó un saldo de 22 personas muertas, 15 de las cuales habrían sido ejecutadas por miembros de la milicia mexicana.
Ejemplos como este hay varios durante los 12 años en los que México ha intentado exterminar al narco, y aunque a veces son atacados mientras cumplen con sus tareas de erradicación de droga, el Ejército no siempre ha sido reconocido, por eso cada vez que puede, Homero Mendoza reivindica a la tropa.
Rodeado de reporteros, enfundado casi siempre en el uniforme de gala, ha contado el cansancio físico y mental que representa para “sus muchachos” el pasar meses en la sierra, armados con machetes luchando contra los jardines ilegales que se reproducen exponencialmente en los claros del arbolado.
Quizá por ello el Ejército abrió un nuevo frente en el que además de acercarse a la gente de las comunidades para echarles una mano, cambiando las armas por tijeras y jeringas, picos y palas para ayudarlos con asuntos domésticos, va a las universidades a contarles a los jóvenes lo que significa ser soldado.
La vorágine de violencia preocupa porque son padres, hermanos, tíos, primos, porque al final del día cuando se quitan el uniforme y regresan a casa, son parte de esta sociedad a la que le falta recuperar valores.
Detrás de una cara dura hay sentimientos
Es la madrugada del viernes 30 de septiembre de 2016, un convoy militar regresa de un operativo en la comunidad de Bocacoragua, en Badiraguato Sinaloa escoltando a un presunto delincuente, que ha sido herido en un enfrentamiento previo.
Frente al fraccionamiento Espacios Barcelona, en la carretera Internacional México 15, unos 10 vehículos aguardan el paso del convoy, hombres armados, presuntamente al mando de los hijos del capo más mediático de los últimos años, Joaquín Guzmán Loera, con fusiles calibre 50, AR-15, granadas y metralletas. Pretenden rescatar a Julio Óscar Ortiz Vega. La noche termina con seis militares muertos y 11 heridos.
En su oficina, en el cuartel de la Décima Zona Militar, con las banderas de México, Francia y Gran Bretaña a su espalda, el general, sin alterar la voz reconoce que perder a un compañero es una de las experiencias más amargas de vestirse de verde.
Recuerda que, en su carrera militar, la violencia en Michoacán puso a prueba su temple, pero siempre asume la filosofía que busca dar sentido al peligro en el que trabajan los efectivos del Ejército “tenemos que hacer planes para vivir 100 años y estar preparados para morir hoy”.
Contrario a lo que pudiera pensarse, su arribo al “Triángulo Dorado” en mayo de 2016, no ha significado un reto en cuanto a niveles de seguridad. Este martes 20 de febrero se siente frustrado porque los asuntos administrativos le impiden salir a recorrer el estado. Se conformará con salir a correr en las mañanas, como ha hecho siempre.
Seguramente aprovechará las horas de oficina para leer alguno de sus libros sobre números. El general asocia la contabilidad con la estrategia militar, al final dice, planear batallas parte de hacer cuentas. Napoleón, uno de sus grandes referentes, debió ser un gran matemático.
Admira además a sus paisanos Porfirio Díaz y Benito Juárez y es capaz de dar órdenes en español, en inglés, en francés, quizá en ruso y hasta en zapoteco, dialecto que conoce por sus padres.
De su vida en casa no recuerda cuándo fue la última navidad que pasó en familia. Eso es parte de lo que significa ser soldado, las fechas importantes no coinciden con el calendario civil, aun así, recibir un mensaje de su hijo puede hacerlo llorar. La razón te hace pensar en un reclamo al padre ausente o en un reconocimiento al héroe que permanece a través de los años. Jamás lo sabremos.