Lucha para llevar las nuevas tecnologías a la Iglesia
Con 58 años al servicio de Dios, José Antonio Fernández Hurtado, arzobispo de la Arquidiócesis de Durango, no deja de emprender la lucha para llevar la palabra del Creador a todas las personas, solo que ahora la primera batalla está en el interior de la Iglesia. Convencer a los sacerdotes bajo su cargo de que […]
Con 58 años al servicio de Dios, José Antonio Fernández Hurtado, arzobispo de la Arquidiócesis de Durango, no deja de emprender la lucha para llevar la palabra del Creador a todas las personas, solo que ahora la primera batalla está en el interior de la Iglesia.
Convencer a los sacerdotes bajo su cargo de que ahora Dios también puede estar en Facebook y que el evangelio debe caber en 280 caracteres no ha sido fácil y es uno de los principales problemas que enfrenta. Fuera de eso considera al resto de los contratiempos como parte del servicio que deben prestar los clérigos.
La máxima autoridad de la Iglesia Católica en Durango despacha del edificio que actualmente está en la esquina de 20 de Noviembre y Francisco I. Madero, casona que se construyó en 1895, mientras Santiago Zubiría y Manzanera era el líder de la Iglesia en Durango.
A 123 años sin rehabilitación, este 2018 por fin se inició con la primera etapa, luego de que el techo de la oficina que ocupaba el arzobispo se vino abajo.
Hacemos antesala con otras dos personas. La solemnidad del edificio se rompe hasta que el arzobispo llega. Viene vestido con una camisa tipo guayabera en un tono azul cielo en la que destaca el alzacuellos, característico de los sacerdotes, un saco negro y pantalón de vestir.
Lo que más llama la atención es la sonrisa con que deja que lo reciba su secretaria particular, una joven que se encarga de que la limpieza espiritual que presume la Iglesia vaya en consonancia con el patio de las oficinas y las personas que igual que nosotros buscan un espacio en su agenda.
Nos identifica y de inmediato se disculpa con el resto de los presentes. Pasamos al espacio que ocupa desde que iniciaron los trabajos, es una oficina pequeña, con imágenes religiosas y de él el día que llegó a Durango.
Una vitrina llena de tazas se asocia con su debilidad por el café. Gusto que pone de manifiesto cuando nos conduce a la cocina. Este podría ser uno de los espacios más modernos del edificio, con mesas, sillas, muebles y botellas de agua y refresco perfectamente alineadas que dan la sensación de una cafetería común pero que hoy hace las veces de recepción.
Confiesa que prefiere el café caliente, cargado y negro, costumbre que adquirió en Italia mientras estudiaba en el Vaticano, cada mañana al llegar a esta oficina se busca una taza para iniciar el día.
Hablar con él es fácil. Quizá porque ha entendido que para mantener a la Iglesia como institución en pleno Siglo XXI es necesario dejarla fluir, abrir las puertas y escuchar lo que la gente tiene que decir, sean feligreses o no.
La era del Papa Francisco se ha caracterizado por dirigirse a los jóvenes, pero José Antonio Fernández empezó a entenderse con ellos desde mucho antes de ser sacerdote, cuando apenas era un estudiante del Seminario.
A los 8 años decide ser sacerdote y hasta el momento sigue sin poder explicar cuáles fueron las motivaciones que lo llevaron a ingresar al Seminario de Morelia a los 12 años, se conforma con pensar que es parte del misterio de Dios.
Inmediato a ser ordenado sacerdote, a los 25 años de edad, el obispo de Tula ya había detectado en él a un líder capaz de entenderse con los muchachos que buscan vocación en el sacerdocio. Entonces, José Antonio está a cargo de los jóvenes en el Seminario a quienes les da clases, además de atender feligreses en las comunidades de Hidalgo.
Su gusto por la psicología, la contabilidad, el deporte y ver que otros compañeros abandonaban el camino de Dios, le hicieron plantearse su vocación sacerdotal, la respuesta fue contundente “el señor te jala, te dice todo eso está muy bien pero te quiero en esto al 100 por ciento”. Su formación en el sacerdocio se complementa ahora con la especialidad en educación.
Llega a Durango tras una tormenta
Cae una tormenta en la comunidad de San Juan Bautista, Tuxtepec, en el estado de Oaxaca. Suena el teléfono en la Diócesis, y el último obispo nombrado por Juan Pablo II responde la llamada de la Nunciatura Apostólica de México, entre la interferencia generada por la lluvia, le anuncian que será el noveno arzobispo de Durango.
Como no está seguro de lo que escuchó, pide que le vuelvan a llamar. Minutos después le confirman que el edificio ubicado en el cruce de las calles 20 de Noviembre y Francisco I. Madero en la capital duranguense será su nueva casa.
Si bien Michoacán está a 727 kilómetros Durango aproximadamente, asegura que no siente la separación con su familia, pues dejó su casa a los 12 años y a pesar de eso se ha mantenido cercano a sus 10 hermanos y a su madre quien murió días antes de la Semana Santa de 2017.
La historia de María del Carmen Hurtado Alva, madre del arzobispo, es de superación. Quedó viuda cuando sus 11 hijos eran niños. Para mantenerlos vendió el negocio de su marido, Elpidio Fernández Pérez y en su lugar abrió un restaurante, que era al mismo tiempo una fuente de ingresos, pero también de empleo para los hermanos Fernández Hurtado.
La vida la recompensó con tres médicos, una enfermera, tres contadores, un abogado, una psicóloga, un ingeniero y un arzobispo; además de 26 nietos quienes hacen de las visitas del tío José Antonio a Morelia una fiesta.
Recorre Durango
A pesar de que en 1860 se promulga la Ley de Libertad de Culto que separa la Iglesia del Estado en México, hay sociedades como la duranguense que a la fecha mantienen el trinomio de poder: gobierno, iglesia y ejército.
Sentado en la sala de reuniones del Arzobispado donde normalmente recibe a los medios de comunicación, el arzobispo reconoce que el hecho de que no se note la participación de la Iglesia en las decisiones de Estado, no significa que no exista.
En los poco más de tres años al frente de la Iglesia Católica en Durango ha recorrido los 82 mil kilómetros que conforman una de las Arquidiócesis más grandes del país. Se entiende que es parte de la labor evangelizadora, pero también para consolidarse en la región.
Con la energía que le da el saber que un cristiano es un agente de cambio ha llegado a donde pocos lo han hecho, con él no valen los cánones bajo los que se rigen los políticos durante las campañas, igual visita una comunidad donde los feligreses son menos de 100 habitantes, que la Diócesis de Gómez Palacio.
La decisión de acercarse a la gente, antes de que la gente busque a la Iglesia no ha caído bien a todos, en su oficina transcurridos unos 30 minutos de charla no se corta al afirmar que ha habido resistencia de los párrocos para modernizar las iglesias.
El reto para con sus sacerdotes es hacerlos entender que la evangelización debe cambiar de forma, pero el fondo debe ser el mismo. Él por su parte debe luchar con el éxodo de creyentes y el desprestigio con el que carga la Iglesia.