Pintor indígena desata fervor de coleccionistas de Alemania y EU

El surrealismo no ha muerto, y como bien decía André Breton, uno de los ideólogos de esa corriente artística, es en México donde se manifiesta siempre su vigor. Así lo consideran coleccionistas alemanes y estadunidenses, entusiasmados con la obra del joven pintor mexicano Jorge Domínguez Cruz (Mata de Otate, 1986), de cuyo pincel emanan sueños, […]

02/05/2017

El surrealismo no ha muerto, y como bien decía André Breton, uno de los ideólogos de esa corriente artística, es en México donde se manifiesta siempre su vigor. Así lo consideran coleccionistas alemanes y estadunidenses, entusiasmados con la obra del joven pintor mexicano Jorge Domínguez Cruz (Mata de Otate, 1986), de cuyo pincel emanan sueños, colores y exuberancias, reflejo de su natal Huasteca veracruzana.

El artista exhibe estos días su obra en Chicago, luego de un fructífero viaje por Europa, donde fue aplaudido como nunca, sobre todo en Berlín, Alemania.

 

El reconocimiento a su trabajo en el extranjero llega después de un difícil camino en el arte, expresa.

 

Muchos europeos piensan que en México también estamos bombardeados con todo eso del arte conceptual, y se sorprenden de que la pintura se siga haciendo. Sólo les digo que pinto lo que es mi ser, mi esencia, explica el artista, autodidacta, orgulloso de sus raíces indígenas.

 

Todo comenzó en su natal Mata de Otate, comunidad tének (huastecos) de apenas 500 habitantes, en el municipio de Chontla, en el norte de Veracruz, donde no llegan acuarelas ni pinceles.

 

Ahí germinó en Jorge Domínguez la pasión por el dibujo, primero con el único fin de copiar en las pastas de sus libros de la escuela o en cartulinas las formas extravagantes de las rocas y los paisajes voluptuosos. También rayaba pedazos de madera o el suelo de tierra con una piedra, coleccionaba flores rojas o amarillas, y machacaba plantas para obtener mezclas de colores.

 

“Intenté con muchas yerbas y tallos para obtener pigmentos, porque quería pintar, expresar lo que pensaba. Miraba moler en el molcajete diferentes salsas y yo pensaba ‘eso es para pintar’. Estaba fascinado con el colorido, era un niño”, rememora.


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