Diócesis de Durango celebra su 400 aniversario (1)

Después de centrar nuestra atención en el proceso electoral para la Presidencia de Estados Unidos, ahora regresamos, a nuestra historia como comunión diocesana poco antes y poco después de 1620; porque es justo y necesario que, de vez en cuando volvamos la mirada hacia atrás para captar de dónde venimos y hacia dónde vamos. Con […]

14/11/2016

Después de centrar nuestra atención en el proceso electoral para la Presidencia de Estados Unidos, ahora regresamos, a nuestra historia como comunión diocesana poco antes y poco después de 1620; porque es justo y necesario que, de vez en cuando volvamos la mirada hacia atrás para captar de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Con anterioridad a esta fecha, cuando ya existía la Diócesis de Guadalajara y  D. Diego de Ibarra, era Gobernador de la Provincia de la Nueva Vizcaya, y ya existía la inmensa Diócesis  de la que formábamos parte, D. Diego, según el capítulo XVII de la Historia                   

En la primera parte del siglo XVI hubo en México las Diócesis de Ciudad de México, Puebla-Tlaxcala, Antequera-Oaxaca, Michoacán, Chiapas, Guadalajara, y Yucatán. La única Diócesis erigida en el siglo XVII fue Durango, desmembrada de Guadalajara con territorios de Durango o Guadiana, Sinaloa, Sonora, Chihuahua y Nuevo México, después se le añadieron las Californias.

Cuando D. Diego de Ibarra gobernaba la Provincia de la Nueva Vizcaya, en carta dirigida al Rey, le decía como era necesario segregar la Provincia de la Nueva Vizcaya, de la Provincia de la Nueva Galicia, creando una nueva Diócesis en la Villa de Durango, pues el territorio de la Nueva Galicia era inmenso. Tiempo después, el también Gobernador Rodrigo del Río de Loza, también lo sugirió, coincidiendo en que así, como estaban las cosas, la evangelización no era satisfactoria, los diezmos eran suficientes y nada mejor que establecer su Catedral en la capital de la Provincia.           

Seguramente las propuestas de los Gobernadores hicieron eco en el Rey de España, pues luego se dirigió al Papa Paulo V, quien el 11 de octubre de 1620 expidió la Bula de erección de la Diócesis de Durango, segregándola de la Diócesis de Guadalajara; señalando la Villa de Durango para sede de la nueva Diócesis de Durango. Había razón para solicitar una nueva Diócesis, pues la de Guadalajara sumamente extensa.

Dice la Bula: “En el Nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. Sepan todos y cada uno de los que habrán de leer y oír este instrumento de copia que Nos Juan Domingo Espínola, Protonotario Apostólico, Refrendario de ambas signaturas,… especialmente Diputado. Siguen otros largos documentos referentes a lo mismo en donde encontramos lo siguiente: “… de la misma manera para lo futuro elige e instruye la misma Villa en Ciudad, que se llamará de Durango, y la Iglesia Parroquial de dicha Ciudad ú otra que se acomodare  y señalare para Catedral como queda dicha, la que ha de ser sufragánea de la Arquidiócesis de México… el cual gobernará su Iglesia y procurará ampliar sus fábricas y edificios y ponerla en forma de Catedral, erigirá e instituirá desde luego para la misma Iglesia, tantas Dignidades, Canónigos, Prebendas y otros Beneficios Eclesiásticos cuántos sean necesarios Beneficios Eclesiásticos, cuanto sean necesarios…”.

Los documentos son largos y prolijos, por hoy sean suficientes estos renglones; de hoy en ocho días me referiré a otros pasos para ejecutar la erección canónica del Papa y del Rey;  de manera que, saliendo su humilde servidor hoy para Cd. de México y Roma a consultar unos detalles y a descansar; hoy por hoy, con lo escrito sea suficiente para enterarnos del 4º Centenario que estamos por celebrar.        

En Roma, sobre todo oraré por todos ante la Tumba de S. Pedro, rogándole su intercesión para que el Espíritu Santo nos infunda profundamente sus dones a fin de que logremos ser más seriamente cristianos en las circunstancias de nuestro tiempo: desde Roma no dejaré de implorar los dones del Espíritu Santo para nuestros gobernantes a fin de que logremos transformarnos y transformar nuestra Iglesia y nuestra sociedad,  nuestras familias, y nuestros ambientes en signos más claros del Reino de Dios.


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