Fiesta de la Ascensión del Señor: el destino del hombre nuevo

El Evangelista S. Lucas nos dejó dos narraciones de la Ascensión, presentando el mismo acontecimiento en una luz diversa: en el Evangelio, la narración de la Ascensión, constituye como una Doxología: el final glorioso de la vida pública de Jesús; en el libro de los Hechos de los Apóstoles, la Ascensión es vista como el […]

27/05/2017

El Evangelista S. Lucas nos dejó dos narraciones de la Ascensión, presentando el mismo acontecimiento en una luz diversa: en el Evangelio, la narración de la Ascensión, constituye como una Doxología: el final glorioso de la vida pública de Jesús; en el libro de los Hechos de los Apóstoles, la Ascensión es vista como el punto de partida de la expansión misionera de la Iglesia, coincidiendo con los otros dos sinópticos: Mateo y Marcos: una Humanidad nueva inaugurada por Cristo, el Señor.

El conjunto de las lecturas hoy invita a ir más allá del Acontecimiento de la Ascensión, descrito en términos espacio-temporales: la elevación del Señor resucitado, a los cuarenta días de la Resurrección, son solo un modo para indicar la terminación de una fase de la Historia de la Salvación y el comienzo de otra. Pero, aquel Jesús, con el cual los discípulos han comido y bebido, continúa su presencia invisible: y la Iglesia es llamada a continuar la misión y la predicación de Cristo: para ello, recibe la competencia de anunciar el Reino y dar testimonio de la resurrección.

Por ello, después de la resurrección, los ángeles invitan a los apóstoles a no quedarse mirando al cielo, pues el acontecimiento al que han asistido, no atañe solo a ellos, sino que ahí inicia un dinamismo salvífico, universal y misionero. Con las luces y la guía del Espíritu Santo, los Apóstoles, sabrán guiar a su Iglesia, hasta la consumación de todo el Universo. Por la fuerza del Espíritu Santo, el Cristo glorificado y constituido Señor Universal, Cabeza del Cuerpo-Iglesia y del Cuerpo-humanidad completa , atrae hacia Si a todos sus miembros, para que accedan por Él y en Él a la vida junto al Padre.

Más aún, él mismo anima a todos los hombres, en su búsqueda de libertad, de dignidad, de justicia y de responsabilidades; en su deseo de ser más, en su voluntad de crear un mundo más justo y más unido. Así la comunidad de los creyentes, consciente de haber recibido un poder divino, llena de impulso misionero y de gozo pascual, viene a ser en el mundo, testimonio de la nueva realidad de vida realizada en Cristo, crucificado, resucitado y glorificado.

La Celebración Eucarística, es un testimonio vivo de la presencia de Cristo Señor. Jesús está presente entre los suyos, principalmente en forma sacramental y eclesial; de esta presencia del Señor brota la responsabilidad y la misión de la Evangelización.

Todo ello se realiza ritualizado en la Celebración Eucarística. La Asamblea que se reúne para la Acción Litúrgica, es ya un testimonio y un anuncio del Señor Jesús: Él está presente en la Palabra y en la Fracción del Pan realizando la promesa: “he aquí, que yo estoy con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo”. En la liturgia de la Palabra, se cumple el mandato de Jesús: “Vayan por todo el mundo, y prediquen el Evangelio a toda criatura”. La Palabra proclamada suscita en el Credo una respuesta de la fe trinitaria de la Iglesia. El que preside, proclama en nombre de la Asamblea, la esperanza común de estar un día y para siempre, en la gloria del Señor Jesús, vencedor del pecado y de la muerte.

Una Asamblea Litúrgica, que celebra con sincera adhesión estos aspectos del Misterio, se convierte en testimonio vivo de la acción de Cristo en su Iglesia y de la humanidad nueva inaugurada por Él, con su ascensión hasta el Padre Celestial.

Héctor González Martínez
Arzobispo Emérito


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