Jesucristo (3)

III.- Jesucristo en los Evangelios: Jesús es el nombre ordinariamente empleado por los escritores de los evangelios, para designar a Cristo y relatar su actividad. Con todo, también parece haber sido llamado en el uso popular Maestro, (Mc 4,38; 5,35; 10,17) “¿Maestro, no te importa que nos hundamos?”; y después de calmada la tempestad, la […]

20/05/2017

III.- Jesucristo en los Evangelios:
Jesús es el nombre ordinariamente empleado por los escritores de los evangelios, para designar a Cristo y relatar su actividad. Con todo, también parece haber sido llamado en el uso popular Maestro, (Mc 4,38; 5,35; 10,17) “¿Maestro, no te importa que nos hundamos?”; y después de calmada la tempestad, la gente decía: ¿quién es éste, que hasta el viento y el lago le obedecen?” (Mc 4,38; 5,35; 10,17).

 

Pero, después de su muerte y de su entrada en la gloria, se le evoca como “el señor”. En general los evangelios hablan simplemente de Jesús, con algunas excepciones, como Mt 21,3; Lc 7,13; 10,1; pero esto no es un intento artificial por restituir un lenguaje anterior a la fe, sino que Jesús aún no se había revelado suficientemente y que no todos los viajeros veían en él a alguien más que un hombre.

 

Sin el menor artificio, los evangelios siguen el mismo dinamismo de la fe, que consiste siempre en aplicar a Jesús, como personaje concreto, los títulos salvíficos y divinos de “Señor” (Hch 1,21; 2,36; 9, 17, etc.), “Cristo” (Hch 2,36, 9,22; 18,28 etc.); “Salvador” (5,31; 13, 23); “Hijo de Dios” (9,20; 13,33); “Servidor de Dios” (4, 27-30).

 

Hablando siempre de Jesús, los evangelios se colocan exactamente en la línea de lo que ellos mismos quieren ser: el evangelio, el anuncio de la Buena Nueva de Jesús, de Cristo Jesús.

 

El evangelio de Juan, el más atento a subrayar constantemente la cualidad divina de Cristo, a mostrar en cada uno de sus gestos, la gloria del Hijo Único (Jn 1,14), la soberanía concedida al hijo del hombre (1,51; 3,14), no desaprovecha ocasión para pronunciar el nombre de Jesús; repitiéndolo, aunque parezca superfluo en los diálogos más sencillos (Jn 4, 6, 21; 11, 32-41).

 

IV.- El nombre sobre todo nombre:
Si la fe cristiana no puede desprenderse de Jesús y de todo lo que este nombre significa de abatimiento y de humanidad concreta, es que este nombre ha venido a ser superior a todo otro nombre, pues: “Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está por encima de todo nombre, para que ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre (Fil 2,6-11). Esfuércense, incluso con mayor empeño ahora que no estoy entre ustedes” (Fil 2-11).

 
“Si de algo vale una advertencia hecha en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si vivimos unidos en el espíritu, si ustedes tienen un corazón compasivo, llénense de alegría teniendo unos mismos sentimientos compartiendo un mismo amor, viviendo en alegría y sintiendo lo mismo. No hagan nada por rivalidad o vanagloria: sean por el contrario humildes y consideren a los demás superiores a ustedes mismos”.

 

“Que no busque cada uno su propio interés, sino el de los demás. Tengan pues, los sentimientos que corresponden a quiénes están unidos a Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no consideró codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz. Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 6-11).

Héctor González Martínez
Arzobispo Emérito


Compartir: