La edad para el matrimonio (3)
Hay que notar que, no obstante la difusión de la homosexualidad en las culturas paganas, como la de Roma antes de ser evangelizada por la Iglesia Católica, los romanos no legislan a favor de la homosexualidad. Para la razón práctica y justa de los romanos, la homosexualidad se toleraba como un mal menor debido a […]
Hay que notar que, no obstante la difusión de la homosexualidad en las culturas paganas, como la de Roma antes de ser evangelizada por la Iglesia Católica, los romanos no legislan a favor de la homosexualidad. Para la razón práctica y justa de los romanos, la homosexualidad se toleraba como un mal menor debido a la degeneración de las costumbres, pero no como unión que favoreciera la fuerza y continuidad del Imperio. En la filosofía jurídica de los romanos, las uniones homosexuales, por la razón elemental que no generan prole, son dañinas para la familia y para las republicas. Para los romanos, eran pues uniones “contra naturam”.
El Apóstol S. Pablo, judío culto y conocedor del mundo y de las culturas de su época, se refiere a las degeneraciones “contra naturam”, que agobiaban a griegos y romanos: “sus mujeres han cambiado la relación natural del sexo, por usos antinaturales; e igualmente los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se han encendido en deseos de unos por otros” (Rom 1, 26-27); y lo atribuye a la ceguera de la razón, al debilitamiento de la voluntad, al abandono del verdadero Dios y a la caída en la idolatría (Cfr. 1Cor 6, 9-11).
Los profesores mexicanos que leen en sus clases los libros de la Secretaría de Educación Pública, en donde se aboga por la vuelta de la cultura pagana de los indígenas precolombinos, gritan por los aires, negando la degeneración irracional de los indígenas. A ellos les recomiendo que visiten algunos lugares del sur del país, habitados por etnias indígenas, donde podrán constatar que hay lugares, donde, a pesar de casi quinientos años de evangelización, aún persisten las aberraciones descritas por Bernal Díaz del Castillo en su crónica sobre la conquista de la Nueva España. Por la Sierra de Zongolica, conozco más de un pueblo, donde la degeneración de las costumbres está muy arraigada. Allí existen hasta degeneraciones genéticas por estos vicios.
También en Durango, con la proliferación y favorecimiento de la homosexualidad, ya se reclama esta práctica repugnante, como un derecho natural y positivo. Lo que es “contra naturam”, no es natural ni tiene derechos ni obligación correlativa de parte de ninguna sociedad. Y si es “contra naturam”, carece de validez ética, aunque se inscriba positivamente en un código.
Cuando se abandona a Cristo y las normas morales que nacen de su Evangelio, aparece como consta en Durango, toda suerte de vicios y degeneraciones. Recuerdo que un diputado homosexual, que recientemente defendía ante el Congreso del Estado de Durango el arrejuntamiento civil de los homosexuales, gritaba al perder la votación: “Esto no es Biblia”. Sin querer argumentaba a favor del paganismo y sus aberraciones. Y como Satanás se esconde tras los ídolos y sus corrupciones, el mismo Satán mugía por la boca de ese diputado: “Soy yo”.
La jurisprudencia racional, incluía la de la Iglesia, siempre ha reconocido en los menores de edad, el derecho natural al matrimonio. Griegos, romanos, germanos y judeocristianos, siempre han reconocido este derecho y lo han consignado en sus leyes. Es verdad, que por la aparición de la sociedad industrial y por la consecuente sumisión de los campesinos y citadinos pobres, a la maquinaria del capitalismo liberal en el S.XVIII, los jóvenes abandonaron la vida matrimonial para someter sus fuerzas a las máquinas y a las minas. Es obvio que las nuevas estructuras económicas aumentaron la edad del matrimonio, pero no fundadas en una evolución natural, como se pretende, sino en la presión del capitalismo liberal.
El derecho natural al matrimonio se volvió imposible, tanto por la carga de trabajo como por la insuficiencia de los salarios para sostener decentemente a la familia. El capitalismo, esclavizando a los jóvenes, hombres y mujeres, obstaculizó el derecho natural al matrimonio y a la procreación, pero no lo desapareció. Es notable, que en la Europa nórdica, donde la industrialización se afianzó con más fuerza, la edad para el matrimonio, para hombres y mujeres, se ubicó entre los 21 y 30 años. En estas latitudes, la madurez sicofísica de los jóvenes es más tardía que en las latitudes templadas y cálidas, pero consta por la experiencia de casi tres siglos que la naturaleza se rebeló primero contra esta esclavitud en las regiones nórdicas. Fue ahí donde se iniciaron las relaciones prematrimoniales desde la adolescencia. Y no como decisión cristiana, sino como una desviación hacia una lujuria destructora de la juventud fértil y creativa. Los excesos sexuales apagaron el interés para formar una familia, nacida del matrimonio. Gracias, P. Jesús Gaona por esta valiosa aportación.
Mons. Héctor González Martínez
Obispo Emérito