El estigma en las adicciones

De a acuerdo con los Centros de Integración Juvenil, cuando vemos por primera vez a una persona que no conocemos, su apariencia y forma de comportarse, nos lleva a asumir una primera impresión sobre sus atributos o características personales, es decir, de su status social o por utilizar un término más adecuado, de su identidad […]

17/05/2016

De a acuerdo con los Centros de Integración Juvenil, cuando vemos por primera vez a una persona que no conocemos, su apariencia y forma de comportarse, nos lleva a asumir una primera impresión sobre sus atributos o características personales, es decir, de su status social o por utilizar un término más adecuado, de su identidad social; a partir de ahí creamos una serie de expectativas, ideas y demandas sobre lo que debe normar su comportamiento.

Cuando vemos a un desconocido que parece diferente a los demás debido a sus atributos, éstos lo convierten en alguien con quien no deseamos ningún trato, en tanto lo percibimos como una persona malvada, peligrosa o débil, pensamos que no es una persona común y lo reducimos a un ser pervertido y menospreciado.

Apreciaciones y situaciones de esta naturaleza representan un estigma.

Este estigma hace que la sociedad perciba al usuario de drogas como una persona con una desviación voluntaria y no como un enfermo mental.

Son del conocimiento público las actitudes que tenemos las personas “normales” hacia los adictos, pero una actitud que predomina esencialmente sobre ellos, es no considerarlos totalmente “humanos”. Manifestamos conductas entre las que destaca la discriminación, que implícitamente denota que les reconocemos una cualidad de inferioridad, pues no logran vivir de acuerdo con lo que esperamos de ellos.

El estigmatizado siempre se pone alerta sobre lo que los otros consideran un defecto, se avergüenza cuando se da cuenta que uno de sus atributos es una posesión impura de la que quisiera deshacerse y de hecho puede llegar a odiarse y denigrarse al percatarse que ante la presencia de los “normales” predomina un rasgo central que es común y vital para todo estigmatizado: la búsqueda de la aceptación, y es él quien por lo general debe realizar el mayor esfuerzo de adaptación, ya que los “normales” y el estigmatizado organizan su vida evitando los contactos sociales conjuntos y con tales acciones, se crea entonces un círculo vicioso: evitación-encuentros conjuntos-evitación.

Esta actitud social matiza la conducta estigmatizante, que a su vez se relaciona con los vocablos vicio, prejuicio y estereotipo.

La palabra vicio deriva del latín “vitium” e implica una disposición habitual hacia el mal, significa inmoralidad, pecado, depravación, etc. En lenguaje coloquial decimos que “la pereza es la madre de todos los vicios”.

Disponemos de diversos ejemplos en los que estos significados se han utilizado en un contexto social o como resultado de prejuicios por grupo o sociedades enteras que detentan el poder. Por citar solo uno de ellos, exponemos el caso de los leprosos, descritos en diversos textos.

Estos enfermos debían confinarse en lugares que se les asignaba exprofeso con la finalidad de prevenir el contagio de las personas sanas; además de la confinación, tenían la obligación de anunciar su presencia o cercanía haciendo sonar una campanilla.
Las investigaciones psicosociales sobre prejuicios, estereotipos y discriminación, se han enfocado tanto al contenido de los estereotipos para un cierto número de grupos sociales, así como a los resultados conductuales que exteriorizan los miembros de estos grupos.

En general, la población manifiesta ciertos prejuicios y estereotipos negativos hacia grupos específicos (indígenas, negros, discapacitados, obesos, enfermos mentales, homosexuales y por su puesto hacia los adictos).

El adicto carente de la saludable interacción de una relación social cotidiana con los demás, tiende a aislarse y puede volverse desconfiado, depresivo, hostil, ansioso y desorganizado.

Ser consciente de su inferioridad genera un sentimiento crónico que lo agrava e incrementa sus niveles de ansiedad. Considerando estas implicaciones psicológicas, es por lo tanto importante no juzgar al enfermo adicto.

Y cuando se enferma un ser querido y su pulso denuncia su mal, todos los que lo quieren de corazón, se enferman en el alma juntamente con él. San Agustín.


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